viernes, 11 de octubre de 2013

En la barca con Dios y Conmigo

  
                                            Quien en muchas oportunidades  no ha sentido que el mundo ya no parece
mundo, abrazado por una  desesperanza total; miramos a nuestro alrededor y a pesar de saber que hay muchas personas a nuestro lado: familia, amigos, conocidos, compañeros de trabajo. Nos sentimos tremendamente desolados.

Hoy día ya al final de mis 35 años,  la mayoría de las personas con las que solía estar tienen su familia, se casaron, incluso ya tienen sus hijos. Puedo llamarlos, verlos, compartir con ellos; pero al final del día me toca enfrentarme a la realidad de mi vida : estar conmigo. Confieso que la sola idea me aterraba. Muchas veces se me daba por tirarme a morir por sentir que estaba “sola”, me sentía súper desmotivada, perdida, en el limbo, era como pararme en un mapamundi y sentir que era un punto en el inmenso planeta en que vivía. Mi actitud era totalmente derrotista, y con cada pensamiento reforzaba la idea de que nada tenia sentido, que nada era agradable, que mi vida era miserable. En el fondo, muy en el fondo había una un sentimiento positivo, algo que internamente me decía: esto tarde o temprano pasará! así como muchas experiencias en diferentes etapas de tu vida. Pero era como si mi ego se encargara de revolcarme en el sufrimiento, una especie de sadismo que hacia que prevalecieran los pensamientos pesimistas y de desesperanza muy a pesar de ser creyente, de asistir a una iglesia y a un grupo pequeño de la iglesia.

En esta etapa negativa sentí que cada día mi actitud y mi carácter desmejoraban, iba en picada hacia el fondo, y era como si no quisiera parar el proceso aunque dijera que si quería, aunque repetía que necesitaba que ya pasara todo esto.

Hablaba continuamente de todo lo que estaba haciéndome sufrir, la falta de propósito, la falta de metas, y un largo etc. Me estaba tornando toxica, no solo conmigo sino con quien se me acercara, y estaba adoptando una posición hostil con mis amistades mas cercanas.
Cada día que pasada estaba más sumergida en mis pensamientos y rebuscando en todo una esperanza en el exterior de mi ser. Era como si sintiera que solo algo fuera de mí  podía llenarme en la vida. Constantemente debatía conmigo misma, con mis amistades, sobre lo que debería hacer, pensaba
en que parecía que mi fe no era tal, que en realidad no confiaba en mi dios. Trataba de que mis amistades me dieran las respuestas que solo podía encontrar en mi.  Me hacia acompañar en todo momento, cosa que no es mala, siempre y cuando no se haga por evasión. Aunque doy gracias a todas esas bellas personas que me brindaron tanto apoyo en ese momento, debo reconocer que la labor era mía trabajar en mis debilidades de carácter y fortalecer mi fe.
Estaba literalmente revuelta, pensaba, pensaba, y pensaba. Conversaba con mis amistades de sus cosas pero estaba tan de mal semblante que terminábamos hablando de lo mal que me sentía. Les preguntaba como habían salido de situaciones similares a lo que yo estaba viviendo, cuanto tardaron, como para hacerme la idea de como establecer una estrategia y de cuanto podía durar lo que vivía. Pareciera que los seres humanos magnificamos la ultima experiencia vivida y olvidáramos como nos recuperamos de la anterior.
Por otra parte, mi autoestima estaba tan tocada, ahora puedo entenderlo, había desarrollado un patrón de  no merecimiento que se reflejaba en la profunda molestia que sentía cuando por ejemplo un chico en la calle me miraba, o me decía un piropo.
Contaba con grandes amistades, todas cargadas de deseos de ayudarme, es decir, en algún momento de mi vida había sembrado la semilla de la amistad, había ayudado a mucha gente, había estado presente en sus vidas en las buenas y malas y dios me permitía ver su bondad a través de estos angelitos que se me acercaban con las mejores intenciones pero yo estaba como los puerco espines. Esta situación ocasionó que par de amigos decidieran poner distancia, esta fue otra pista para entender  que de verdad mi vida estaba fuera de control.  
En ese momento me refugie en la oración, recuerdo que sentí que el pecho se me partía y que todo cuanto hacia originaba una consecuencia peor que la otra, pedí a Dios sabiduría, discernimiento quería ya ponerle coto a la situación y pensé entonces es hora de tomar parte activa y dejar de ser una victima. Estaba ante la evidencia de que yo nunca había tenido el control y que sólo Dios tiene y debe tener el control de nuestra vida. Decidí abandonarme a su voluntad, meditar, era tiempo de buscar mi equilibrio, ese que solo puedes encontrar, confiando en el ser supremo, bajo su guía y su amor.
Y tú, ¿Cómo te sientes?

¿Has intentado entregarte a la voluntad de Dios y dejar de pelear con él cuando algo no sale o no es como tú quisieras?